12 marzo 2017

Arquería

Entre las múltiples locuras que se le pueden ocurrir a mi hija está el tiro con arco. Todo empezó tomando unas varillas de volantín (mi vecino los hacía) y con ayuda de hilo y paciencia, logró un arco muy rudimentario. Con él en mano podía jugar (y los gatos fueron víctimas de esto), por suerte las varillas esas no tenían punta, ni el arco tenía tensión para hacer daño... el punto es que hace años pedía un arco para ella.
Pero ¿cómo se elige un arco? ¿lo quiere de madera? ¿de los que se desarman o son enteros? ¿recurvos? ¿con poleas? ¿con qué tensión se le compra un arco a una niña? ainsss... muchas preguntas al respecto. Después de pensarlo mucho decidí darle un regalo de cumpleaños por adelantado: clases de arquería y se le iluminó la cara.
Hay vamos... un fin de semana madrugando por ir a donde el diablo perdió el poncho, aún con las legañas en los ojos y ella poco menos que saltando en mi cama (como nunca, jamás le ha gustado despertar temprano) y ahí vamos, una micro, el metro... otra micro más, perdernos de camino, llegar al parque igual y ahí, ella derecha a ver los arcos y pillar uno.
Empieza su clase y yo buscando que hacer, leyendo mucho y mirándola a ratos, descubre que por su ojo dominante, deberá sostener como zurda y empiezan las dificultades. En eso, notamos que los conejos van por detrás de las dianas saltando, a este paso y con la puntería de todos, seguro termina más de algún conejo lesionado. Ainsss ¿en qué vine a meterla?

Luego de la clase, de comer algo y hacer tooodo el camino de vuelta (en serio, dos horas de viaje ¡dos horas!), lo único que quiero es mi cama, me duelen las piernas, la espalda... ¡todo! ¿y se supone que vamos todos los fines de semana? ainssss, terminaré muerta.

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